Qué fuerza convoca la mañana que es capaz de levantar a los que tienen el corazón cansado con un lento amanecer? Qué extraña confidencia trae para que la atiendan cada día los que ya se han abandonado? Lo primero que mis ojos veían al despertar era la ventana en el techo de la buhardilla, que enmarcaba el cielo difuso de Bolonia, empujado por ese viento que no lo dejava detenerse. Ese cielo se limitaba a cerrar días y abrir noches, sin envidiar la altura de otros cielos. De él aprendí a renunciar sin sufrimiento, a no poner resistencia a lo que no se puede parar. Aprendí a dejar de exigir para empezar a agradecer las ofrendas que a mi alrededor brotaban y que estaban ahí para servirme. El párroco de Saint Nicola insistía cada semana en que es tan importante servir a los demás como dejarse servir a uno mismo. Necesitábamos más atención que justicia. Poco a poco empecé a entender que Bolonia no me impedía el deseo, sino la desmesura de los deseos.
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Alejandro Simón Partal. La Parcela. Barcelona: Caballo de Troya, 2021, p. 85.
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